Ramos Marcos, luto por el de negro
Javier González-Cotta 20/01/2025 |
En un tiempo ahora fósil, el árbitro era un respetable señor que iba vestido de riguroso y elegante negro pese al menoscabo de lucir calzonas. En España, los árbitros setenteros, ochenteros y noventeros lucían su enlutado terno con aquel gran escudo de la RFEF cosido sobre el pecho. El color del luto le confería al árbitro una galanura que en parte reparaba el deficiente estado físico general y ciertos aspavientos circenses que eran comunes en casi todo "juez de la contienda" que se preciase de serlo (así los llamaba José María García).
Recuerdo el libro de Vicente Verdú, 'Fútbol: mitos, ritos y símbolos'. Un capítulo lo dedicaba al árbitro como 'autoritas', esa figura asociada indefectiblemente no ya al primero de sus apellidos, si no a los dos completos. Que el fútbol es una educación sentimental lo demuestra el hecho de que muchos sigamos recordando tantos y tantos nombres de árbitros del ayer remoto. El fútbol es otra magdalena al proustiano modo.
Me acuerdo de aquellos árbitros del apellido doble, tantos que bien podrían completar lo que queda de esta pieza como socorrido recurso. Cada cual rememora sus árbitros favoritos, quizá por lo que evocan en algún pliegue de la memoria o por su sonoridad, ora firme y marcial, ora un tanto cómica. Incluso a veces uno recuerda a árbitros a los que no vio en activo, pero de los que sí ha tenido conocimiento por lo inmarchitable de unos apellidos inequívocamente arbitrales. Pienso en Ortiz de Mendíbil. De antaño, bajo el túmulo del malogrado Guruceta Muru, me acuerdo también de los Lamo Castillo, Pes Pérez, Soriano Aladrén, Sánchez Arminio, Andújar Oliver, Franco Martínez, Casajuana Rifá, Álvarez Margüenda, Enríquez Negreira (el ahora escandalosamente célebre), García de Loza, Urízar Azpitarte, Socorro González, (el citado García solía decir aquello de "Socorro... que viene González), etc, etc. A algunos de ellos cierto es que se les citaba también por su nombre, lo que barroquizaba aún más lo campanudo de su ya de por sí curioso patronímico (caso de Victoriano Sánchez Arminio, de Jacinto de Sosa o de Antonio Jesús López Nieto).
Para los altares del recuerdo acaso ardan menos, cual lámparas votivas, aquellos árbitros que recordamos de tiempos más recientes (Ansuátegui Roca, Díaz Vega, Brito Arceo, Mejuto González, Japón Sevilla, Esquinas Torres, Teixeira Vitienes, Clos Gómez, Pino Zamorano o el actual presidente del Comité Técnico de Árbitros, Medina Cantalejo). Los últimos, como el mediático Mateu Lahoz, sólo han evidenciado la decadencia del arbitraje como 'autoritas' en un todo, mientras, paradójicamente, la condición física los ha embellecido estéticamente y la tecnología arbitral, salvo excepciones, los ha alejado de aquellas monumentales broncas con pañuelos blancos que solían acontecer en el tiempo de ayer.
Teñido de obituario, esta pieza viene a cuento del fallecimiento de Joaquín Ramos Marcos, Ramos Marcos a secas, aquel árbitro calvo, de prominente bigote, que estuvo en activo desde la temporada 1979-1980 hasta la postrera, en la 1992-1993. Su último partido (diciembre de 1993) fue en el antiguo Atocha, en San Sebastián, que cerraría sus viejunas puertas ese mismo año de crisis post Expo'92. Ramos Marcos pitó aquel Real Sociedad-Sevilla FC, partido al que quien esto escribe asistió para espeluzno por el tiempo ido (la caja de zapatos de Atocha se había llenado prematuramente para ver el calentamiento con el balón en los pies de Maradona).
Ha fallecido, pues, Ramos Marcos a los 78 años, tras años colaborando en diversos medios, en los que fue pionero como voz arbitral, y permitiéndose, ya retirado, el bufandeo como seguidor de la Unión Deportiva Salamanca, el equipo de su ciudad natal. Que cada cual lo evoque por sus méritos y/o polémicas en sus comparecencias en el Sánchez-Pizjuán y en el Benito Villamarín. Creo que toda opinión, por divergente que sea, ha de aceptar el hecho de que la calvicie no le restó tronío ni autoridad a aquel "juez de la contienda" al que tanto recordamos hoy. Como suele pasar, su obituario es un poco el nuestro también. Descanse en paz.