La Supercopa de la pena máxima
Javier González-Cotta 13/01/2025 |
Recuerda Rubén Amón en El Confidencial que en Arabia Saudí la pena máxima no obedece a los clásicos once metros que sobre el verde distan del punto fatídico a la portería. En el paraíso de la 'sharía' y el petrodólar (y donde las huríes llevan 'burqa'), la pena máxima no es el penalti de toda la vida, sino la pena capital.
La trastienda de la Supercopa de Arabia esconde el patio oscuro y tétrico donde este año 307 reos han sufrido la pena capital en el país del benefactor Bin Salman (recuérdese que el llamado príncipe reformador ordenó en 2022 el descuartizamiento del periodista Jamal Khassoggi obrado en el consulado saudí de Estambul). Sea como sea, en Arabia la pena de muerte también es un número estadístico (igual que puede serlo el total de goles que un equipo marca a balón parado o la posesión de balón de la que hace gala). Quiere decirse que, en el confín saudí, donde la fiesta del fútbol español celebrada ayer, el número de ajusticiados ha aumentado un 20% en un año. Tristones y aguafiestas hablan de "la Supercopa de la vergüenza", la misma por la que la RFEF se embolsará los 40 millones que tiene firmados hasta 2029 por cada edición del torneo que se celebre en tierra de sunitas ortodoxos. Y todo, recuérdese, gracias a Luis Rubiales, piquito de oro y maniobrero en espera de juicio.
En recuerdo a la mano larga de Luis Rubiales, esta edición ha sido también la Supercopa de los tocamientos. Así lo han hecho saber aficionadas y parejas de algunos futbolistas del Mallorca. Han sufrido mofa, acoso y algún que otro tocamiento furtivo tras el partido celebrado entre el equipo bermellón y el Real de Florentino. Para celebrarlo, el ahora presidente de la RFEF, el tal Louzán, deja abierta la posibilidad de que la Supercopa femenina se celebre también en Arabia, justo donde, aparte de la pena máxima (la pena capital, no el penalti), se ofrecen estupendas lapidaciones a las mujeres adúlteras y, ya puestos, su cuota de latigazos a invertidos y otros enfermos de tamaña ralea.
Ni que decir tiene que no he visto esta última final de Supercopa entre el pútrido Barcelona (lo que va de Negreira a Dani Olmo) y el Real de Florentino con rostro humano (sí, ha perdido por fin una final). No he visto más allá de algún que otro minutillo de la basura, por efecto 'zapping' y poco más. Sea entre petrodólares de Arabia, sea en una hipotética y resucitada Gaza (por aquello de purgar futuras conciencias) o, quien sabe, si en la ahora famosa Groenlandia (todo se andará), este formato arábigo de la Supercopa me despierta ahora el mismo interés que la Mahou tostada sin alcohol: 0'0%.
En 2018, el Sevilla jugó su última Supercopa de España en el estadio Ibn Battuta de Tánger en Marruecos. Conforme mandan los cánones, perdió con aplicado costumbrismo contra el Barcelona. Esta edición se jugó fuera de España por vez primera, pero a un solo partido. El Betis sí jugó en formato a cuatro en Arabia en la que fue la edición de 2023 (cayó eliminado en la tanda de la pena capital, perdón, en la tanda de los penaltis). Y ahí quedó aparcado, en punto muerto, nuestro interés.
Que la Supercopa de España se celebre entre cuatro equipos es, además, otra forma solapada de encerrona y humillación a los equipos sobreros. En los estadios del príncipe Bin Salman (y así ha ocurrido ahora en el King Abdullah de Yeda), la grada la copan por completo saudíes que son hinchas comerciales o del Real de Florentino o del macarra FC Barcelona (si acaso hay alguna que otra hincha de prestado con su burqa correspondiente). De manera que un Athletic o un Mallorca son meros convidados de piedra, trámites molestos que despachar cuanto antes mejor. Todo sea para que cuadre el negocio de los 40 millones embolsados por edición con la esperada final. O sea, eso que llaman 'el Clásico' del fútbol español y del que todo aficionado de bien debiera apostatar.
La falta de pudor no es sólo marca España. La Supercopa de Italia también se ha celebrado en Arabia Saudí. Allá Giorgia Meloni con su conciencia cristiana pero portátil (o de simple quita y pon). Sólo los turcos, aunque hermanos suníes, pusieron a los saudíes en su sitio. En diciembre de 2023, Galatasaray y Fenerbahçe renunciaron a jugar la final de la Supercopa turca porque las autoridades del país prohibieron que los jugadores sacaran al campo una camiseta con el rostro de Atatürk y una pancarta con el lema "Paz en casa, paz en el mundo", soflama del propio Atatürk en recuerdo de los cien años de la fundación de la actual República de Turquía por parte del llamado padre de los turcos. La final se celebró en tierras de Anatolia, en el estadio GAP de Sanliurfa (ganó el Galatasaray a su archienemigo). Sólo los turcos, pues, nos han ofrecido algo de aliciente y divertimento con esto de llevar la Supercopa a Arabia Saudí. La doble moral vuela cada cual en su propia alfombra mágica.