El coñazo de la sevillanía
Javier González-Cotta 20/12/2024 |
Si no me han mentido, hasta donde yo sé nací en una clínica frente a los Jardines de Murillo y fui bautizado en la basílica de la Macarena. Siempre me dijeron, por cierto, que rompí en aguas mayores justo cuando se cumplía el rito del Jordán a las "sevillanas maneras". He aquí –y es a lo que voy– una de esas expresiones chovinistas que, como acreditado aborigen (repito, si no me han mentido), más suelo detestar bajo los cielos del Mediodía. La otra palabra que me causa urticaria súbita es esa especie de estatus de sangre, donde lo galanudo y el saber estar, que se conoce por sevillanía.
¿Alguien me puede decir qué son las sevillanas maneras? ¿Y de qué genes antropomórficos proviene la sevillanía? Pediría ayuda al catedrático emérito de Antropología Social por la US Isidoro Moreno, de probada fe sevillista, por si pudiera darme luz al respecto. Viene todo esto a cuenta de la nueva guerra del fútbol que implica a los dos equipos de la ciudad tras la ruptura oficial de relaciones por parte del Sevilla FC respecto al vecino (les ahorro la causa por todos conocida en estos pagos, de Valdezorras a la base de El Copero). En pleno batiburrillo dialéctico de "los hunos y los hotros", en inmortal expresión de don Miguel de Unamuno, más de uno, en bético y en sevillista, ha apelado a la concordia, llamando a la sevillanía y a proceder, por silogismo implícito, a las sevillanas maneras. En lo particular, para uno que es poco navideño, este asunto añadido convierte estas fechas no tanto en entrañables como sí del todo 'extrañables'.
Hasta un himno inmortal como el de El Arrebato apela al dichoso fluido de la sevillanía (una mala estrofa, como una mala tarde, la tiene cualquiera). No sé si ejercer de modesto contribuyente y ser persona aceptablemente civilizada, atenta con el prójimo y trabajadora en adecuadas dosis no desorbitadas da carta de sevillanía por encima, pongamos por caso, de la supuesta 'huelvanía' de un onubense o de la 'jiennería' de un súbdito del otrora Santo Reino de Jaén. Ahora, por lo visto, béticos y sevillistas porfían por la sevillanía de pro con esto de la ruptura de relaciones institucionales entre clubes. Curiosamente, los encorbatados que apelan a la sacralidad de los escudos respectivos son los primeros que los profanan con su labia de manual cara al foco y la galería.
Servidor, en fin, iba a escribir en principio sobre el reloj de arena que impepinablemente antecede al adiós definitivo de Jesús Navas en el Bernabéu como futbolista profesional. Quiere decirse, en traducción amiga, de la despedida de Jesús Navas González, "el niño que regateaba los charcos", como recordaba aquí Antonio Félix evocando, a su vez, al propietario de dicho entrecomillado, el gran Pablo Blanco.
En el Sánchez-Pizjuán, ante el Celta de Vigo, la llantina cayó a chorros por parte del gran niño-hombre, cuyo orden de los factores no altera el producto. Toca ahora el foro escasamente amigo y devorador, el Bernabéu, donde el Sevilla de este siglo XXI, el de los rutilantes títulos, ostenta unos guarismos que avergüenzan el sacrosanto escudo (hay otras formas de profanarlo también). Esto es, dieciséis derrotas y un rácano empate desde 2008, cuando el Sevilla ganó 3-4. Sucedió, curiosamente, en diciembre de aquel año ahora lejanísimo ("el niño que regateaba a los charcos" tenía 23 años). Más cercano en el tiempo, el pelado empate ocurrió, además, en el adosado de Valdebebas, en aquel escenario friolento y nocturno al que obligó la pandemia en la Liga 2020-2021.
La historia de este domingo sucederá así, de modo que nadie podrá decir de la presente que es una trucada profecía del pasado. Jesús Navas González volverá a lagrimear como el gran niño-hombre que es ante su último partido oficial. El Real Madrid, escrupuloso en los protocolos (todo hay que decirlo), le abrirá generosamente sus puertas para el sentido adiós y las cerrará, como siempre, con el habitual portazo cuando se consume la derrota número diecisiete del Sevilla desde 2008.
Así y todo, el sabor acre de la derrota no emborronará para nada el curiosísimo caso clínico de quien estuvo demediado entre la timidez del frágil y el más leonino espíritu competitivo. Guerritas al margen, honor, como debe ser, a Jesús Navas González.