"Lo único que quiere es jugar"
Lucas Haurie 12/12/2024 |
Alboreaba el verano de 2005, el segundo más decisivo de la historia contemporánea del Sevilla después de aquel refundacional de 2000, y Joaquín Caparrós se despedía con una cena del ‘periodismo joven’ de entonces, que hoy ya peina toneladas de canas. Jesús Navas había debutado con el primer equipo un año y medio antes, pero en aquella campaña de todas las frustraciones –el Betis le sopló la clasificación para la Champions y, de remate, ganó la Copa en el año del centenario–, el perdigón palaciego aún había alternado entre las dos plantillas: treinta partidos con el elenco profesional, incluido el primero de sus 147 encuentros de competición europea, y cuatro con el filial, el último un 9 de enero en Don Benito, donde su hermano Marco cerró la victoria (0-3) del Sevilla Atlético.
Seis meses más tarde, pocas semanas antes de conocer en la pretemporada a Javier Saviola, quien fuera su gran amigo y uno de sus primeros mentores en la élite, Caparrós se relamía evocando lo bien que iba a irle al Sevilla con Sergio Ramos y Jesús Navas, al tiempo que lamentaba la decisión –que luego se reveló luminosa– de sustituirlo por Juande Ramos justo cuando el proyecto iniciado hacía un lustro entraba en fase de maduración. Con el central, nadie albergaba dudas. Algunas, muchas, se cernían en torno al menudo extremo, cuyo aspecto frágil no influía en el pronóstico del técnico utrerano. "Es un loco del fútbol, lo único que quiere es jugar. Fíjate que me pidió permiso para participar en la fase de ascenso del Sevilla Atlético". Este afán ha marcado los dos decenios largos de su carrera: una obsesión permanente por competir sin importarle si era la final mundialista o una promoción con el filial.
Pues así han transcurrido los años, uno detrás de otro, hasta que su cuerpo –supremo comandante– lo ha mandado parar. Igual que a Rafa Nadal. A esta estirpe de campeones, como ocurre con los viejos rockeros y los toreros de raza, es el tiempo el que los debe sacar a empellones de la cancha o de la yerba o de los ruedos o del escenario. Dentro de unas cuantas horas, Jesús Navas disputará su último partido en el Sánchez-Pizjuán y, sobre la nostalgia de no volverlo a ver subir por la banda derecha, deberá primar la alegría por haber podido disfrutar de un futbolista de época: un talento generacional al que sólo movió el deseo de jugar a la pelota, como aquella tarde lluviosa en la que Pablo Blanco lo vio haciendo diabluras sobre un campo de albero en Los Palacios.