Mecheros, latas, botellazos y aquel cuchillo de 1999
Javier González-Cotta 18/11/2024 |
La sangre mana y es más escandalosa y ‘pulp’ cuando resbala sobre todo por el rostro. Una leve rajadura o un pequeño corte te convierte al instante en un ‘Ecce Homo’ en versión gore y peliculera al gusto –es un decir– de Mel Gibson. Digo esto al ver la cabeza ensangrentada de Javier Aguirre. El bravío entrenador de México sufrió el impacto de una lata de cerveza en el partido de ida de cuartos de la Liga Naciones de la Concacaf entre Honduras y el combinado mexicano. Fue lanzada desde las gradas bajo los estertores de la lluvia que trajo la tormenta tropical 'Sara'.
El episodio ocurrió al término del encuentro (Honduras ganó 2-0 a México), cuando el ‘Vasco Aguirre’ se dirigía sobre el pasto verde a saludar con galante parsimonia a su oponente en los banquillos. Recibió entonces el impacto en la cabeza y al momento la sangre recubrió su rostro con el drama visual y expansivo ya antedicho. Lo insólito del hecho es que el agredido permaneció impertérrito. No perdió la medio sonrisa y se fue de camino a los vestuarios como si nada, saludando a los jugadores hondureños y como ajeno a la atención que le procuraban los suyos.
Después, en rueda de prensa, restó importancia a su talante –esto es cosa del fútbol– y exculpó la ira del ¿respetable? al aducir que los hondureños habían sufrido mucho el azote de ‘Sara’, por lo que era normal su estado en clave enojosa. Muchos pidieron en redes la santificación del mártir por su aplomo, mientras que otros pusieron el grito en el cielo porque creen que se ha legitimado la violencia en el fútbol con un gesto que nada tiene que ver con la bonhomía.
En lo particular, el debate lo dejo a los ya de por sí polarizados por todo y por todos. Me quedo con la imagen de ese rostro ensangrentado y viajo, como siempre en estas circunstancias, al pasado (¿dónde si no?). Me explico. Cada vez que un jugador o entrenador sangra por la cabeza por un mechero, una lata o una botella, enseguida me traslado a noviembre de 1977, al Pequeño Maracaná de Belgrado, el mítico estadio del Estrella Roja. En aquel partido a vida o muerte entre Yugoslavia y la España de Kubala (quien ganaba iba al Mundial 78 de Argentina y España lo logró con gol de Rubén Cano a pase de Cardeñosa), Juan Gómez ‘Juanito’, tras mostrar al público su pulgar romano hacia abajo para refregarles la derrota, recibió, mientras era sustituido, un botellazo de cristal desde la ardorosa grada, donde aún eran visibles las banderas de aquella misma Yugoslavia que acabó diluyéndose años después en su propio caño de sangre.
La infancia tiene mucho de fotograma. Por eso no puedo evitar acordarme del botellazo a Juanito –yo tenía siete años– cada vez que veo un lance parecido como el que ha sufrido Javier Aguirre. En un capítulo de ‘Fiebre Maldini’, pueden verse las imágenes cuando se cumplieron 30 años de aquel episodio. Pero yo prefiero recordar el botellazo a Juanito tal cual lo vi en aquella tele marca Telefunken de 1977, con la nitidez de película coloreada con la que siempre me acuerdo del percance.
Las crónicas de los botellazos son abundantes en el fútbol. A menudo es el fútbol turco el que suele ofrecer episodios donde la lluvia de objetos deviene en salvajismo superlativo. Aún se recuerda –véanlo por YouTube– la feroz granizada de botellas y de todo tipo de objetos que cayó sobre los jugadores del Amedspor de Diyarbakir (el equipo que abriga los sentimientos de los kurdos del sudeste de Turquía) en su visita al estadio del Bursaspor. La crónica deportiva devino política y se habló abiertamente de una encerrona nacionalista y premeditadamente fascistoide contra el Amedspor. Eso fue en 2023. Pero hace poco, el no muy amado Ali Koç, presidente del Fenerbahçe, recibió en el estadio del Göztepe varios botellazos y la agresión de un sujeto adscrito al equipo local (citar, por otra parte, los lances belicosos y casi criminales entre el Fenerbahçe y el Trabzonspor en la historia reciente del fútbol en Turquía nos llevaría a triplicar en extensión la presente crónica).
Leo también acerca de la reciente trifulca y los botellazos que los jugadores del Tigre y del Platense se propiciaron en los aledaños interiores de los vestuarios. El de Tigre y Platense se conoce como el gran derbi de la conurbación norte del gran Buenos Aires. Que sea el “derbi de la conurbación norte” debe predisponer a la bronca. ‘La Nación’ tituló así la gresca que sucedió tras el tedioso 0-0 con el que acabó el encuentro: "Tigre y Platense terminaron a las piñas: empujones y botellazos en el vestuario una vez finalizado el partido".
Aquí, en nuestro propio lar, los lanzamientos de objetos en los derbis entre Sevilla y Betis siguen remitiendo al episodio del botellazo a Juande Ramos en aquel duelo copero de 2007. Ocurrió en el celebérrimo partido del busto de Lopera en el palco bético, lo que obligó a la suspensión del encuentro y a su reanudación días después en el silencio frío e intempestivo de la noche de Getafe. Juande Ramos fue retirado en camilla como un fardo inconsciente y las imágenes dieron la vuelta al mundo. Aquel derbi evidenció que la ciudad vivía por aquel entonces una auténtica guerra civil del fútbol de acera a acera y de patrón a patrón (Del Nido Benavente vs Manuel Ruiz de Lopera). El episodio reciente del palo a Joan Jordán no deja de ser una anécdota muy menor en comparación.
Muchos años antes, en 1999, desde las gradas del Sánchez-Pizjuán le tiraron un cuchillo a Benjamín en aquel Betis del añorado Carlos Timoteo Griguol. Y quizá, la anécdota de todo aquello quedó resumida en la ficha técnica que procedió respecto al objeto arrojado. Obedecía a un cuchillo “con mango de madera” (según el acta del colegiado Pérez Lasa), pero de “punta roma, de los que se emplean para untar”, según la denuncia que el Sevilla remitió al juzgado para intentar rebajar la gravedad de los hechos. No corrió la sangre en aquel derbi patatero como sí ha corrido ahora sobre el rostro del ‘Vasco Aguirre’.