Aquellos Sevilla-Valencia de la señera coronada
Javier González-Cotta 01/11/2024 |
De primeras, el aquí escribiente pretendía hablar del acontecimiento de la semana: Kelechi Iheanacho, de oficio delantero (o eso dicen), vio puerta sobre el verde felpudo de Las Rozas. Lo hizo por dos veces, aunque su sosa celebración y su poroso estado de forma –hasta una piedra pómez nos parece más grácil– no auguran rehabilitación alguna. Iba a escribir, como digo, sobre este acontecimiento, hasta que los muertos en el Levante (Dios aprieta y ahoga) me han hecho pensar en lo que de necrológica tiene también la memoria de cada uno. Recordar se parece en parte a una autopsia propia.
Recuerdo ahora aquellos Sevilla-Valencia de antaño. Y los recuerdo bien porque la memoria resulta ser como un extraña filmoteca de imágenes y fosfones, que afloran pero no en colores, sino coloreados, tamizados por una finísima peliculilla que los destiñe agradablemente a la vista. A decir verdad, la estética valenciana nunca me ha gustado y me han resultado incomprensibles sus rituales de fuego, muñecos falleros y pirotecnia. Pero siempre me acuerdo con agrado de aquel Valencia setentero y ochentero, que solía visitar el Sánchez-Pizjuán vestido con los colores de la señera coronada, la bandera valenciana.
A la par, como ahora, se me viene al recuerdo el muy barbado Castellanos (digno émulo de Sánchez Barrios, jugador del Sevilla, donde se retiró, y primer futbolista con barbas que vi en mi vida con infantil asombro). Ángel Castellanos, el leñero de las nostalgias, falleció este mismo año en Granada. Sin acudir al comodín de la Wikipedia, quien dice Castellanos dice también, más allá de las melenas de Kempes, los Saura, Botubot, Tendillo, Carrete, Subirats, Arias o Sempere. Todos ellos son cromos setenteros y en parte ochenteros (ninguno de ellos fue delantero). Aquel atuendo con calzonas azul cobalto, camiseta a rayas rojas y amarillas y ribete azul por cuello y hombros, volvió a lucirlo el Valencia en alguna que otra temporada reciente.
En el Sánchez-Pizjuán el Valencia se proclamó campeón de Liga en 2004 (días más tarde lograría también la Copa de la UEFA). Recuerdo que en la grada había muchos valencianistas con sus encuerados monos de moteros porque venían de ver las carreras de motos del circuito de Jerez. Estalló alguna que otra ‘mascletá’ por los alrededores, rugieron las motos al levantino modo y banderas y bufandas de la señera y del Valencia ondearon en aquel merecido festejo. Los Sevilla-Valencia y Valencia-Sevilla han tenido luego algún que otro apunte agrio, sobre todo desde aquel gol estupefaciente de M’bia en el descuento, el que llevaría al Sevilla FC a ganar la final de la Europa League de Turín (2014) contra el maldecido Benfica. Lo hizo casi sin necesidad de jugarla porque ya venía ganado de Mestalla.
Son sólo apuntes de brocha gorda como inútil homenaje al desastre ocurrido en Valencia. El Turia solía desbordarse dramáticamente como sólo el Guadalquivir anegaba Sevilla con sus riadas en blanco y negro. Cuando aquel Valencia CF visitaba el Pizjuán con su camiseta de la señera coronada, el Turia, tras la faraónica obra del Plan Sur en pleno franquismo, ya no discurría por la ciudad y dejaba a la vista un tremendo y ancho surco desecado. Pero seguían siendo frecuentes las riadas en las poblaciones limítrofes, surcadas por ríos subalternos, arroyos y torrenteras, lo que propiciaría entre otros desastres, en el año del Mundial 82, la gran Pantanada de Tous en la cuenca del Júcar.
Como digo, sirva la presente como torpe homenaje a los muertos del Levante. Las banderas lucirán largo tiempo a media asta y serán, para mí al menos, como las camisetas de la señera de aquel Valencia del barbudo Castellanos y compañía.