Sevilla FC, año cero

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
24/05/2024

La semana nos dejó su resabio de nostalgia y no poca orfandad. La diosa Atalanta de Bérgamo se proclamó campeona de la Europa League y casi de la Copa de África gracias al triplete del británico, nacionalizado nigeriano, Ademola Lookman. Europa League, mes de mayo y la vida convertida en un feliz suspenso. ¿Les suena, amigos? Ausente, como extrañado de sí, el sevillista común retrocedió a lo que era la vida hace justo un año. Creyó viajar no a la ventosa noche de Dublín del pasado miércoles, sino a la lisérgica conjura obrada en Budapest. El Atalanta del elogiado Gasperini desolló la intacta y asombrosa membrana inmortal que envolvía al Leverkusen. Pero, sobre todo, ajustó cuentas con la desdicha, cuando lo hondo de la Lombardía, cuatro años atrás, se convirtió en el kilómetro cero de la pandemia de Europa y de casi medio mundo (en aquel Atalanta-Valencia de Champions de febrero de 2020 comenzó todo).

La Atalanta trajo alegría a la otrora tierra del dolor, pero sin saber que ha traído también una apagada melancolía por estos pagos, donde Nervión vive ahora su propia hora de moribundia. Al próximo partido en casa contra el FC Barcelona se le conoce ya en los ambientes como el partido del plebiscito. La grada atronará contra el actual consejo. Lo de menos será ver qué acontece a ras de césped. Con nada en juego, ni en Nervión ni en ninguna parte, hasta el futbolero más recalcitrante habría pedido el armisticio en la Liga para no tener que aguantar esta jornada triste y sobrante. En el mundo que uno conoció, en mayo solía llover a chaparrones en tardes de tormenta que parecían clonadas de un día para otro. Hará calor, preludio del verano infernal que se aviene. Pero haría bien el presidente Del Nido júnior en llevarse gabardina y paraguas para soportar la bronca del llamado respetable.

En el Sevilla FC, la desolación va inoculándose por todos los poros. Hastío rima con estío, que es, como digo, lo que se aviene en lo meteorológico. Al menos el Barça nos entretiene con sus entreactos de equipo arruinado y en trance de enloquecimiento progresivo. Pero resulta divertido verlo desde lejos, mientras Joan Laporta, de desatino en desatino, va tomando prestado de Buda su oronda panza. Aquí en el Sevilla, sin embargo, apenas nada suscita optimismo o siquiera divertimento entre el caos (sólo el rocambolesco episodio de Jesús Navas puso a prueba nuestro nivel de perplejidad).

Las urgencias han venido para quedarse. Hay quien habla de la necesidad de una refundación vital vía descenso. Incluso alguno pide, entre bromas muy serias, la eutanasia como último asistimiento. Servidor propone partir de la nada, ‘Sevilla FC, año cero’, tomando prestado el título de la película de Rossellini sobre aquella Alemania arrasada en cuerpo y alma tras la Segunda Guerra Mundial (‘Alemania, año cero’). ¿Qué Sevilla se pretende? ¿Qué objetivo hay marcado para lo por venir? Nadie sabría decirlo, empezando por la planta que dejó de ser noble. Unos son mucho más culpables que otros (“los hunos y los hotros” de Miguel de Unamuno). Pero el fango llegó aquí en lo accionarial mucho antes de que el taimado Pedro Sánchez se refocilase con este palabro en busca de socorro.

En lo económico, tras años de ingresos de Champions, la hecatombe jamás explicada a los cuadros rasos de la afición ha evidenciado lo evidente. El Sevilla ha vivido por encima de sus posibilidades (todo lo que va de los sueldos de los mandamases a las fichas aún válidas de jugadores inválidos). Ha ido de nuevo rico, como el presidente Núñez del Barcelona que tomó Can Barça sin ser catalanista ni "uno de los nuestros" en la cuerda del hoy apolillado Jordi Pujol (vean en Movistar Plus la serie dedicada a aquella era). Pero hay una diferencia notable. El bajito Núñez quiso codearse entre la selecta y cerradiza burguesía, iba de nuevo rico, pero tenía dinero. El Sevilla, con sus dirigentes, ha ido de nuevo rico, pero sin dinero o con dinero volátil y pasajero. La mística de la Europa League existió. Igual que existió la Champions, que de edén y tierra promisoria ha mostrado lo que envuelve de tierra abonada con azufre y vinagre.

Tras las batallas napoleónicas, lo que galenos y sepultureros registraban para su recuerdo era el horrible olor a detritus que emanaba de los campos. Era el olor de los propios cadáveres, que seguían segregando sus miserias aun después de muertos. Un hedor parecido podría extenderse por la pradería del Sánchez-Pizjuán. Ojalá, pasado el tiempo, le recuerden a uno lo exagerado que fue.



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