Flores para el túmulo del Sevilla FC

Javier González-Cotta 17/05/2024

Andaba uno estos días con la mirada agradecida. Con las jacarandas, la ciudad se tiñe de preciosos malvas y lilas. Un amigo, al que le gustan los trances místicos, me dice que tienen el color de las túnicas de la Quinta Angustia y de los inquietantes lienzos de morado monocromo que Rothko pintó para la Capilla Houston. Le doy la razón, aunque yo pienso también, más mundanalmente, en el morado de las gradas del Nuevo Zorrilla en Valladolid y, por supuesto, en mi querida Fiorentina, finalista de la Conference.

Sea como sea, el disfrute visual con las jacarandas me hace leer en casa un viejo tratado sobre floriografía (el lenguaje de las flores) que rondaba por ahí. Escojo flores y semillas de árboles para depositarlas junto al túmulo que hoy por hoy es el Sevilla FC. Qué tristeza produce este club a la deriva. De los momentos circenses de Mariano en el no partido contra el Cádiz al desconsuelo por el adiós triste y cutre de Jesús Navas. No diga sevillismo, diga conmoción y perplejidad.

Hojeando el libro, me da por pensar que al Sevilla le cabe todo un tratado de botánica de malas y tristes hierbas. Al parecer los dondiegos remiten a la esperanza perdida. El crisantemo morado indica dolor por la muerte de un ser amado. Las dalias sugieren inestabilidad. Los ciclámenes se asocian a la desconfianza. Las anémonas llevan al abandono y la albahaca al aborrecimiento. La escabiosa nos hace pensar en la viudez. El jacinto púrpura remite a la aflicción y el pesar, igual que el sauce llorón. Los tejos se asocian a la pesadumbre y las trinitarias a la perplejidad. El tulipán negro explica tu mucho sufrir. Cuando cierro el libro, compruebo que todo el Sevilla cabe en este jardín de las desdichas. ¿Exageración? No lo creo.

El adiós de Jesús Navas ha sido, primero, tristísimo y, segundo, de una cutredad indigna. Apenas un comunicado de cartón piedra, obligado por los medios del club, que pareciera grabado con el primer Nokia que vino al mundo. Ha anunciado que se marcha el otro Niño Jesús, el del Sevilla, el de los 688 partidos con la elástica de Nervión, el de los ocho títulos en la hora maravillosa del siglo XXI. Se va incluso el jugador más longevo de la selección española, urdimbre del gol de Iniesta en el Mundial de Sudáfrica, y único español, aún en activo, que ha conseguido tres títulos distintos con España (Eurocopa, Mundial y Liga de las Naciones). Toda esta apabullante biografía quedó mancillada ayer, cuando el icono de la cantera, el 16 de la gloria y la fatalidad, dijo que se iba en una puesta en escena de lo más fría, inanimada y dolorosa. Para quienes seguimos a la selección española con escaso fervor, de ser convocado finalmente Jesús para la Eurocopa de Alemania, la selección nos habrá dado un aleccionador guantazo sin manos. Le habrán sabido dar el homenaje que la aún hoy menudísima y grácil leyenda del fútbol español merece, por mucho que Del Nido Carrasco, mal y a la carrera, se apresure a bosquejar una despedida de altura. Más le hubiera valido callarse.

Habrá tiempo de descifrar las siniestras claves de este adiós. Y serán innúmeros los artículos y opiniones que se expresen en medios como éste. La temporada aún no ha acabado y ya anticipa la negrura de la que está por venir. Equipo e institución parecen una sola escombrera. Una dirigencia inepta y sobrepasada. Un director deportivo que ya gasta formas de sospechoso habitual. Una oposición abrasadora sumida en la demencia y que sólo anima a un guión de serie de Netflix sobre sagas familiares corroídas por el dinero y la ambición. El club vive preso de acciones y de accionistas. El libre mercado y el capital social han tomado en el Sevilla la forma de la usura y del poder en clave de dictadura y mezquindad.

Hay quien ya asegura que Quique Sánchez Flores no va a continuar en los dolorosos días de la basura de la temporada. Como si nos importara ahora, en plena conmoción por Jesús Navas, suena el nombre de Javier García Pimienta, técnico de la Unión Deportiva Las Palmas, admirado hasta enero y luego olvidado de todo titular y ditirambo al meter a su equipo en la lucha por no descender. De irse Sergio Ramos, como parece que todo apunta, el entorno del Sánchez-Pizjuán quedará sumido en lo que ya casi es, un túmulo, donde todo hiede a podredumbre y a descomposición cadavérica. De añadido, un sentimiento de orfandad sobrevuela los detritos acumulados. Tardaremos en olvidar las lágrimas hacia dentro de Jesús Navas en la tarde del simulacro contra el Cádiz.