La religión del Sevilla FC
Javier González-Cotta 03/06/2023 |
Se dijo en su día –fue tras lograr la tercera o la cuarta Europa League– que el Sevilla FC era lo más parecido a una fábrica de la felicidad para su gente. Con la séptima copa, forjada en los ya célebres Talleres Bertoni de Milán (ese nombre de Bertoni y esas nostálgicas canas que se les ponen a muchos), la fábrica de la dicha continúa produciendo la ambrosía de la que inútilmente hablan los libros de autoayuda: la felicidad.
De un tiempo a esta parte (desde 2006 y, especialmente, de 2014 a hoy), el equipo del barrio de Nervión ha ido forjando como una especia de realidad alterna. Todo ha discurrido a modo de irrealidad y ensoñación, sobre todo en este año donde el abismo, con su gran bocaza negra y desdentada, abría sus tenebrosas puertas a los posibles condenados. Dicho de otro modo y a las bravas. A ver, ¿cómo coño es posible que este Sevilla FC haya ganado su séptima Europa League del modo que lo ha hecho?
Los fogonazos ante Manchester United y Juventus dieron la señal del acontecimiento que andaba fraguándose al sur de Europa, en Sevilla, la capital que alberga tres de los barrios más pobres de España y el enclave chabolista más antiguo del continente (no ocultar esta mácula engrandece aún más la historia del equipo que lleva con orgullo el nombre de la ciudad). Por eso, entre otras cosas, el Sevilla es hoy por hoy el club más peculiar o directamente el más extraterrestre en la Europa del fútbol.
Toda leyenda necesita tiempo y cocción para ser apreciada como tal. Pero este equipo, hace dos meses desarmado y paralítico, sometido a una guerra civil interna (literalmente de padres a hijos), ha demostrado que la leyenda se conjuga en tiempo presente. Los extremos de la dicha se tocan. Eindhoven y Budapest. Budapest y Eindhoven. Ida y vuelta o el círculo prodigioso. La primera final siempre será inolvidable para el sevillismo por lo que trajo de ruptura de cadenas. Pero ahora, lo ocurrido en Budapest vuelve a Eindhoven en modo bucle. Todo el sevillismo, por mayoría absoluta, coincide en que la séptima UEFA Europa League ha supuesto como un bendito regreso a aquella alegría obrada en la ciudad que hoy da nombre a una peña sevillista. Como suele decirse, todo viaje es al fin y al cabo un regreso.
Todo se ha dicho ya sobre la gesta reflejada en una figura sobrevenida e insospechada, cuyo nombre parece extraído de un general de las guerras carlistas o de un personaje de alguna que otra novela sacada de debajo de la boina de don Pío Baroja: José Luis Mendilibar Etxebarria. O sea, el llamado hombre normal, de oficio entrenador, natural de Zaldívar, comarca del Duranguesado (Vizcaya). Dígase también el hombre del chándal, el que cae bien a todo el mundo sin haberlo pretendido.
Pasadas ya varias horas largas de la gesta, los detalles cobran ahora su auténtico poso. La grandeza, como la educación o el estilo, se logra desde lo aparentemente menor o inadvertido. Por Twitter se vio la imagen de Jesús Navas en solitario y dando consuelo, uno por uno, a los abatidos jugadores de la Roma. El mural blanco del Puskas Arena, donde la parroquia sevillista, se hallaba distraída y engorilada, celebrando la séptima presea en comunión con los jugadores. Pero justo en mitad del éxtasis, se produjo el gesto silencioso y noble de Jesús Navas. Detalles como este hacen aún más grande y fuerte a este jugador, sin menoscabo de su inmortal estampa de tipo menudo, aparentemente frágil y hasta deletéreo, alumbrado por dos ojos con fulgor de centella.
El periodismo deportivo lo ha resaltado. Nunca se había visto a un Jesús Navas más emocionado e íntimo que en estos días. El verbo florido nunca fue su mejor cualidad. Pero en Budapest pudimos escuchar más de una confesión suya, sin tropezones ni lugares comunes. La intimidad del corazón habló como tenía que hacerlo. De fondo afloraba la forja de un canterano y de una forma de crianza en torno al fútbol que casi no se estila ya en el siglo de la imbecilidad entre 'influencers' y el detritus de las redes sociales. Por eso el fútbol, pese a la mucha ruindad que lo rodea, aún supone para muchos no una forma de vida, sino una forma de la vida.
Para su gente el Sevilla FC es también una religión, que no una secta. Se prodiga el culto fiel, pero sin alharacas ni ostentación sobreactuada, algo que deja a los otros. Igual que el necio confunde valor y precio, hay quien confunde religión y secta. De ahí los otros detalles que dan letra al credo de este club, más allá de la liturgia del himno de El Arrebato. Ya de vuelta en casa, en la visita del equipo a las Hermanitas de los Pobres para ofrecerles la copa, sor Catalina, sin ser ajena a las penurias que padecen en esa casa de Dios, agradeció el detalle del Sevilla FC: "Gracias por venir, aún somos importantes para la gente". La vida, si uno lo piensa, son al cabo cuatro o cinco frases que llevarse a la tumba. Quizá una de ellas haya sido esta de sor Catalina.
Por último, otro detalle ha sido comprobar, una vez más, cómo se renueva el recuerdo debido a quienes han caído en el camino con dolorosa premura. En la tumba de José Antonio Reyes Calderón, en mitad de tanto fasto, algún enviado del club depositó un ramo de flores con un cintillo encarnado y letra sobredorada: "Gracias Reyes, campeón 7ª UEFA Europa League. Sevilla FC". Que Sergio Rico –muy recordado en Budapest– se debata ahora en la bisagra de la sombra y la pávida luz; que el recuerdo por Antonio Puerta siga siendo una oración de obligado cumplimiento en los momentos álgidos, es lo que hace que este Sevilla FC, el de las siete copas europeas, sea una leyenda en tiempo presente y una religión para la intimidad. La alegría, incluso la guasa que arrastra con sus logros no apaga ni por olvido ni por despiste la llama eterna dedicada a los suyos. Nunca olvida, igual que nunca se rinde. Pocos equipos de Europa y del mundo están labrando, aquí y ahora, una historia, una leyenda parecida. Honor al heptacampeón.