Fútbol, guerra y la Noche de Paz
Javier González-Cotta 23/12/2024 |
Una variante del estoicismo, tirando por la fullería, aconseja aceptar que la vida se repite y que hacerlo infunde su pizca de sabiduría. Uno está a la espera de que esto ocurra algún día… harto improbable. Por eso, con vistas a alcanzar ese estadio acaso fantasioso, vuelvo a trabajarme la rutina de todos los años, cuando llegada la fecha he de hablar de fútbol por Nochebuena en este mismo portal (no confundir con el de Belén). No es que uno se plagie a sí mismo. Pero se le parece y, la verdad, poco importa cuando se frisa, ay, cierta edad.
Hasta el futbolero más perezoso conoce ya la historia. En plena Primera Guerra Mundial, entre el barrizal de las trincheras, británicos y teutones decidieron pactar un alto el fuego para celebrar el día de Navidad de 1914. Ocurrió en el triturado frente franco-belga de Ypres. Sobre el barro, sobre tanto cuerpo exánime en las desventuradas campas para festín de las ratas, los soldados entonaron el villancico 'Noche de Paz' y acordaron, también, celebrar un partido de fútbol para confraternizar. Quizá porque el villancico era de origen austriaco y fue escrito en la lengua de Goethe (‘Stille Nacht, heilige Nacht’), ganaron los alemanes 3-2. A falta de pavo, el trofeo consistió en una suculenta liebre. Quizá cobrara fama a partir de entonces el dicho de que el fútbol lo inventaron los ingleses para que siempre ganase Alemania.
Dada la gresca institucional en la que se hallan los dos equipos de nuestra ciudad, más de uno, como servidor, ha hablado de la guerra del fútbol, la cual ha venido a estallar en la víspera de Nochebuena. El llamado derbi chico entre filiales –ganó el Betis y lo celebró con rabia– concitó su tensión y su trifulca. En origen, la expresión ‘La guerra del fútbol’ es el título de un reportaje del maestro polaco Ryszard Kapuscinski acerca del insólito conflicto armado que estalló entre El Salvador y Honduras en las eliminatorias para el Mundial de México 1970. El duelo concitó odios cainitas y un patriotismo virulento en ambos países del confín centroamericano.
Quizá sea metafóricamente abusivo, incluso obsceno, hablar de la guerra del fútbol en Sevilla, sobre todo ahora que el halo del misterio se cierne sobre el acontecimiento del pesebre. Pienso, además, en las verdaderas guerras de ahora, como la recién acabada de Siria, la de Gaza o la ya dramáticamente cansina de Ucrania. Claro que más de uno dirá que esto de apelar a la guerra y al fútbol en Sevilla es sólo un símil o una imagen, sin más recorrido ni reconcomio. Y es probable que sea así y no haga falta desvariar. Pero, aún así, deberíamos reflexionar en estos privilegiados pagos, en la antesala de la Noche de Paz, acerca de lo que en verdad es una guerra y lo que el fútbol, precisamente, sí puede redimir como cura, ilusión pura y esperanza para lo por venir.
Piense usted también, improbable lector de vísperas, en las estampas que el fútbol en su pureza ha dejado en estas parameras de la destrucción, cuando alguna que otra vez en las noticias hemos visto jugar a los niños entre escombreras, ajenos a la calamidad o, como en el caso de Ucrania, entre campos de escuelas de fútbol socavados por la artillería de los rusos. Cuando el último Mundial de Qatar, en pleno manicomio de Siria, los niños de los campos de desplazados de Idlib emularon el campeonato del mundo qatarí en un torneo parejo, mientras el cielo era cruzado por aviones de combate. Años atrás incluso, en lo peor del flanco de la guerra siria, con la monstruosa implantación del ISIS, en Mosul corrió la noticia de que los fanáticos habían asesinado a 13 niños porque estaban viendo pecaminosamente un partido de la Copa de Asia entre Iraq y Jordania. Otras veces se supo que otros niños fueron torturados cuando las bestias barbudas los sorprendieron jugando al fútbol en algún recoveco. O aquellos otros niños del Mosul ya casi liberado, cuyo vídeo trascendió mientras jugaban en un devastado entorno con un balón imaginario en un partidillo de pura fantasía. También en la apisonada Gaza, entre las escombreras que no distinguen guijarros de cadáveres, hemos visto jugar a los niños con un milagroso balón.
La guerra y el fútbol en nuestra ciudad remiten, por supuesto, a otras cuitas absolutamente menores y presumiblemente estúpidas. Pero ahí queda, siquiera de soslayo, este pequeño y reflexivo aparte en el año, en este mismo portal (no el de Belén, repito), acerca de la guerra, el fútbol y la noche del salmo eterno en el pesebre. Feliz Navidad, amigos.