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Y ahora, el derbi de la Navidad

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
16/12/2024

Cuando perpetro estas líneas, camino ya de la Nochebuena, leo que el Sevilla FC parece haber iniciado la cuenta atrás para romper relaciones institucionales con el Real Betis por la sanción del Comité de Disciplina a Isaac Romero, Juanlu y Carmona, obrada tras denuncia verdiblanca por mofa de los canteranos al escudo del Betis en el último derbi de octubre. Este incidente, en la víspera del adiós de Jesús Navas en Nervión, se conoce ya en los ambientes como el derbi de la Navidad. Que impere, pues, el desamor entre los hombres de aviesa voluntad.

Conclusión: los derbis están para jugarse… fuera del campo. Hay ‘casus belli’. En toda ciudad futbolera, demediada por dos equipos (y a veces por tres o por más), la inquina mutua y el fervor por los colores propios producen episódicas tensiones que sólo el disimulo y la tirante cortesía mantienen como sombras chinescas sobre una gran pantomima. El derbi hispalense, presentado ‘urbi et orbe’ como el derbi de la guasa, no puede ocultar la realidad alterna de un hecho contrastado. En el fondo, ambas instituciones se detestan más allá de las aparentes buenas maneras a las que obliga el protocolo en escena. 

Cuando se produce algún rifirrafe entre los dos clubes de esta ciudad, suelo entretenerme pensando en si realmente la rivalidad sevillana tiene cierta particularidad que la hace única en Europa. Y la respuesta es que sí y, por supuesto, también que no. En toda ciudad partida por el fútbol cada derbi es una narración propia. No somos, ni mucho menos, los reyes del cainismo. Hay muchos otros derbis vinculados al clasicismo por historia y porfía dentro y fuera del césped. En la capital italiana los hinchas de la Lazio y de la Roma se detestan a las romanas maneras, igual que entre las nieblas del norte, bajo el paradójico aura de la ‘Madonnina’, Inter y Milan se repelen, igual que la gran familia del Torino declara el clásico “odio eterno” a la Juventus, igual que en Génova, el equipo que lleva el nombre de la ciudad y la Sampdoria rivalizan hasta lo ingénito de sus peores instintos (por no hablar, insularmente, de la siciliana aversión que se profesan Palermo y Catania). 

En Inglaterra, por ejemplo, pienso más en el histórico dueto de recelos entre el Sheffield Wednesday y el Sheffield United que en cualquiera de los muy variados derbis que tienen lugar en Londres o ya en Liverpool y Manchester. A decir verdad, el picante del derbi sevillano empequeñece ante la dimensión sagrada –y el símil religioso no es baladí– que encierra el ‘Old Firm’ entre el Rangers y el Celtic de Glasgow. En la capital-estado de Hamburgo, el Sankt Pauli, con su mercadotecnia izquierdista, y el Hamburgo se detestan sin el menor problema por guardar las formas. Por no hablar, al griego modo, del derbi de Salónica entre Aris y PAOK o de la trifulca trina que mantienen en Atenas AEK, Olympiakos y Panathinaikos; igual que, a su vez, pero al turco modo, mantienen los tres minaretes en Estambul: Galatasaray, Fenerbahçe y Besiktas (el Istanbul Basaksehir se considera un reciente estorbo en estas lides y hasta el Kasimpasa o el Eyüpspor que ahora entrena Arda Turan concitan mayor respeto). 

Hay derbis aparentemente menores, pero que adquieren su cualidad y lo hacen igualmente intransferibles mucho más allá del orden balompédico. En Chipre, el derbi ideológico de Nicosia se dirime entre el Omonia y el Apoel. En Belgrado, doy fe de que a menudo los choques entre Estrella Roja y Partizan son de orden bélico primero y, ya luego, si acaso, viene eso que más o menos llamamos fútbol. Igualmente, en Sarajevo, también doy fe del sahumerio de bengalas y de los decibelios de gritería que envuelven el derbi en la capital de Bosnia entre el FK Sarajevo y el Zeljeznicar. Y quien dice derbis menores dice enconos mayores pero más que desconocidos, como el derbi de Estocolmo entre las siglas del AIK y del DIF (el “Derbi de los Gemelos”), o el de Praga entre Slavia y Spartak o el desconocidísimo de Belfast entre equipos protestantes según se profese la fe única y a la vez dividida a partir del Linfield o del Glentoran. 

Hay dos posibilidades. Podríamos seguir enumerando derbis conocidos o ignorados hasta que el club de Eduardo Dato comunique que rompe relaciones con el club del final de la Avenida de la Palmera (quizá ocurra pasada ya la emoción con ojos de pelar cebolla por el adiós de Jesús Navas), o bien podríamos seguir escribiendo sobre pasiones enfrentadas hasta el próximo derbi de la vuelta en Heliópolis el 30 de marzo de 2025. Como siempre hay una alternativa o salida por la tercera, mejor dejarlo aquí y que fluya por ahora el llamado derbi de la Navidad con todo su desamor y su falta de paz.



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