Aquellos siete partidos sin perder
Lucas Haurie 01/12/2024 |
Como estudiante de ciencias que fue, Manuel Pellegrini arrima la estadística ascua a su personalísima sardina, en magistral aplicación de la máxima de Winston Churchill: "Los números son como los presos: si se los retuerce de forma adecuada, acaban diciendo lo que uno quiere escuchar". Negaba el Ingeniero el sábado la crisis, evidente como chanchullo sanchista, por la que atraviesa el Betis aduciendo que antes de encadenar las derrotas de Valencia y Mlada Boleslav, venía una racha de siete partidos sin perder. Hombre, hombre… mister. No perdían sus chicos desde la caída en el derbi, cierto, pero un escrutinio apenas superficial de esos siete encuentros desdice el optimismo del chileno.
Están incluidos en la racha, o sea, el preludio copero contra los amateurs del Gévora, el milagroso empate de San Mamés y la no menos milagrosa igualada arrancada en Heliópolis contra el Celta, en cuyo anterior viaje venía de comerse tres goles en Leganés como el sábado se los zampó en Cornellá; por no hacer hincapié en los dos turnos caseros del vodevil de la Conference, un puntito rascado sin merecimiento frente al todopoderoso Copenhague y el triunfo en medio del bochorno firmado de rebote contra el omnipotente Celje. Hacía rato que no perdía el Betis, de acuerdo, pero ni su hincha más acérrimo dejaba de tener un batallón de moscas alojadas tras cada una de sus orejas.
Estas tres derrotas consecutivas dejan en mala posición a Pellegrini, en fin, a quien ya no rinden la pleitesía de otrora en la planta noble del Villamarín, ni tampoco en sus canales oficiales u oficialistas. El chileno va a agarrarse a la cantinela, indiscutible, de que los puestos europeos siguen a tiro de piedra en esta Liga compacta y que unos semiprofesionales catalanes o unos amiguetes moldavos no parece que vayan a impedirle seguir vivo en los torneos entre semana, donde residen las únicas esperanzas de gloria esta temporada. Pero más allá de lo numérico, el partido de San Sebastián resultó desolador: marcador en contra toda la noche, toque inane, cambios en la más pura ortodoxia del hombre por hombre, mansedumbre lanar ante la adversidad y cerviz agachada cuando el árbitro da los pitazos finales. El rival, cercano a lo cadavérico, le ganó sin hacer nada del otro jueves pero también, y sobre todo, sin despeinarse.