Amapolas por los caídos: Jock Wallace y John Mortimore
Javier González-Cotta 11/11/2024 |
Hubo quien dijo una vez que el tiempo es como un balón muy llovido que de lo alto tarda en bajar a la hierba. Quizá tuviera razón el anónimo bardo futbolero. El caso es que hoy hace 106 años del Día del Armisticio, fecha que puso fin a la matanza al por mayor de la Gran Guerra (1914-1918).
Ocurrió el 11 de noviembre de 1918 (dígase el día once del mes once a las once horas de la mañana). En el Reino Unido, cuando llega el 'Remembrance Day', las rojas amapolas de papel tisú se colocan visibles en todo atuendo en memoria de los británicos caídos en la Primera Guerra Mundial. De ahí el 'Poppy Day' (poppy, al shakesperiano modo, significa amapola). El soldado y también galeno canadiense John McCrae escribió en 1915 su poema ‘En los campos de Flandes’. Los versos hablaban de las amapolas rojas que recubrían, cual insólito tapiz, los campos de batalla en el terrible frente de Ypres. La hemoglobina de las amapolas cubría así el otro rojo de la sangre diluida entre el lodazal y la papilla de vísceras y cuerpos yertos de los caídos. Inspirada, sería la francesa Anna Guérin quien fomentó el uso de la amapola para recaudar fondos en recuerdo de la carnicería.
En estos días de noviembre directivos, árbitros, entrenadores y jugadores de los equipos de la Premier han lucido su 'poppy' prendida o estampada sobre camisetas, chaquetas y abrigos. Veo ahora en un resumen por la tele la simbólica amapola, impresa en la blanca camiseta del Fulham. Así, a primera vista, parece más un orificio de bala que ha teñido de sangre la sintética tela. Smith Rowe celebra uno de los goles a domicilio frente al Crystal Palace (0-2). La roja amapola que luce en el pecho es justo del mismo color rojo del desollón que el jugador tiene en su rodilla izquierda (me recuerda a las escarnecidas rodillas de un crucificado). Toda una estampa.
La tradición de la amapola en el fútbol inglés me lleva a evocar, por asociación, a los poquísimos entrenadores y jugadores británicos que han pertenecido a Sevilla y Betis en su moderna andadura. Del Sevilla FC recuerdo al 'látigo' Jock Wallace, el duro entrenador escocés, tan del Rangers, que dirigió al equipo de Nervión en la era ochentera (también llamado 'Big Jock'). Contaba el también escocés Ted McMinn (su paso por el Sevilla coincidió con el técnico), la anécdota de cuando a veces ambos paseaban por los Jardines de Murillo para departir de esto y lo otro y al anochecer tenían que fingir que se abrazaban cariñosamente para evitar el acoso de los homosexuales que salían de entre la jardinería y la fronda. Hubo después un gran espacio en blanco, sin británicos en el equipo, hasta la llegada en 2002 de Vinni Samways, el aguerrido londinense. Jugó sólo una discreta temporada. A partir de ahí, salvo error, nadie más.
Fallecido ya Jock Wallace, el día de hoy quiere poner amapolas y no crisantemos por otro entrenador británico igualmente fallecido: John Mortimore. Llegó al Betis en 1987 y trajo consigo otro jugador inglés, el orondo croquetero y zaíno Ralph Meade (sólo jugó tres partidos y gracias). Ambos conformaron el dueto de los fracasos y duraron poco en la entidad verdiblanca. Anterior a esta dupla, recuerdo al extremo Peter Barnes, quien fuera internacional con Inglaterra. Llegó al Betis en los primeros ochenta, cedido por el Leeds United. Más que un fracaso, fue toda una decepción, pese a sus destellos de calidad en el campo. La pubertad asimila ciertas imágenes que luego se quedan grabadas para siempre en esa edad sensible y extraña. Recuerdo que, al término de un partido, vi pasear a Peter Barnes por la Avenida Padre García Tejero. Lo vi ufano y abrazado a dos rubias modelos de quitar el hipo (la expresión era de los mayores). Los tres formaban un cuadro de anglosajones puros, de rostros paliduchos, ojos azules pero fríos y cabellos rubicundos peinados al modo entrañablemente macarra de la época. ¿Qué fue de ti, Peter Barnes?
Aunque fueron pocos y triunfaron menos, los hijos de la pérfida Albión han dejado su huella. Las cosas.