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Pellegrini y lo que el silencio dice

Lucas Haurie
Lucas Haurie
13/10/2024

Uno de los oxímoron más recurrentes en español es el ‘clamoroso silencio’, como el que estos días nimba el prestigio de Manuel Pellegrini en una de sus horas más complicadas desde que llegó a Sevilla en el pandémico verano de 2020. No caeremos en la precipitación de decir que el emperador va desnudo porque, en fútbol, las certezas del otoño suelen quedar desmentidas en primavera y al entrenador chileno, por mal que le vaya, siempre le quedará la bala de plata de la Conference League, un título europeo para el que sólo dejará de ser favorito el Betis si el Chelsea o la culposa desidia se cruzan en su camino antes de lo debido. Pero no es un buen momento para el Ingeniero esta semana de la Hispanidad, eso es innegable, aunque la mayoría prefiramos disimular.

Resulta significativo que la concatenación ‘horribilis’ de Varsovia y Nervión llegase justo cuando batía la plusmarca de ancianidad de Helenio Herrera en un banquillo de la Liga española (71 años y 16 días que Pellegrini ya ha rebasado), pero la edad habría sido anecdótica de no haber tomado una serie de decisiones anonadantes coronadas por una defección injustificable. Se fue el buen señor una semana a Chile, dejando a Rubén Cousillas al cargo de los entrenamientos bajo el argumento de que ya tenía los billetes sacados. Como si los tres millonazos netos que se embaula por campaña no le diesen para pagarle un seguro de cancelación a la compañía aérea…

Imagine el lector cómo habría reaccionado la crítica y el público si Quique Setién, en el trance de una crisis de resultados, se hubiese fumado varios días de trabajo para meditar junto a sus queridas ‘vaques’ o si, en la otra acera, técnicos campeones como Lopetegui o Mendilibar se hubiesen autoconcedido vacaciones a la vuelta de dos derrotas. En esta santa casa, en fin, un prestigioso y querido colega tachó a Quique Flores de “golfo” con todas sus letras por conceder dos días de descanso semanales -no sólo a él: a toda la plantilla- con la temporada en los minutos de la basura y atada la peliaguda misión de la permanencia.

Manuel Pellegrini, o sea, se ha terminado acomodando a la laxa ‘gioia di vivere’ que impera en el Betis, cuyos dos propietarios son incapaces de odiar la derrota, la única vía para progresar en la alta competición. Si gana el equipo, aunque sea de forma agónica a un rival menor, fiesta; y si pierde, ya llegarán días mejores. El entrenador, en su quinta temporada, ha detectado que su sueldo y su vida tranquila no peligran mientras mantenga al equipo en la áurea regularidad del pasado cuatrienio. Él se aplica a la tarea de frisar los sesenta puntos (ojo, que no es moco de pavo ni cuesco de colibrí) y le trae al pairo todo lo demás, consciente como es que la dirigencia le tiene pánico al día después de su marcha, cuando se vea ante el abismo de su propia inepcia.

El problema del Betis no es que Pellegrini, falible como cualquier mortal, yerre; es que nadie ayuda a Pellegrini a no errar ni corrige los errores de Pellegrini ni discute las decisiones erráticas de Pellegrini… ni, en definitiva, parece que haya en todo el club vida inteligente más allá de Pellegrini. Por eso, los periodistas nos mordemos la lengua y los aficionados contienen la respiración. A ver si los aires andinos le han sentado bien.  



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