Bellerín, rico a su pesar

Lucas Haurie 22/07/2024

En noviembre de 2022, tras quedarse fuera de la lista para el Mundial de Qatar, Héctor Bellerín mostró su alegría por "no tener que soportar la carga" de jugar en un emirato tan poco observante de los derechos humanos. Aplauso generalizado por la sensibilidad que no mostró ninguno de los 832 futbolistas convocados por las selecciones participantes. Él era distinto, mejor que todos ellos… de palabra, hasta que tres semanas después de la final sí acudió, calladito cual puuuuuu-erta y sin el menor mohín de disgusto, con la expedición del Barcelona que participó en la Supercopa en Arabia Saudí. Que, como todo el mundo sabe, es ejemplo de calidad democrática y paraíso de la justicia social.

Hace unos días, el lateral catalán volvió a erigirse en paladín de las causas nobles al reclamar la igualación de los salarios de todos los futbolistas profesionales, con independencia de su sexo (olvidó otros parámetros como la nacionalidad o la categoría en que jugasen). El profesor Moreno, bético cabal y economista que dedicó su tesis doctoral a los problemas de la justicia distributiva, asegura que una de las pocas cuestiones que se puede afirmar sobre este asunto es que "la igualdad en la retribución no es buena per se. Al contrario, sistemas como el universitario se desangran precisamente por esa igualdad". Porque Bellerín aplica una lógica perversa al reclamar la equiparación de sueldos: exige que se igualen por arriba desde una postura cómodamente sesentayochista, es decir, entendiendo que los recursos son infinitos. Pero como no lo son, ¿aceptaría participar en una bolsa común e igualitaria con todos los futbolistas profesionales de España, es decir, los de Primera, Segunda y las jugadoras de la Liga F? O sólo en el Betis, tal vez, que se divida la masa salarial entre veinticinco y cobre lo mismo Isco que Fran Vieites.

El asunto de los dineros de las futbolistas se contempla como una causa justa cuando, en realidad, lo que buscan es incorporarse a una élite. A ninguna jugadora de fútbol le importa que Antía Jácome, una deportista excepcional que colecciona medallas internacionales y aspira a subirse al podio olímpico en París, apenas sobreviva con su beca. Ella practica el piragüismo, argumentarán, disciplina de la que sólo nos acordamos cada cuatro años, ¿por qué debería cobrar lo mismo que Aitana Bonmatí, la estrella del Barça que ha ganado el Balón de Oro? ¡Con lo que genera el Barça femenino! Pues por lo mismo gana Héctor Bellerín mucho más que Olga Carmona, todo lo heroína de la final del Mundial que se quiera. Hasta James Rhodes, su bondadoso entrevistador, se somete al sufrimiento atroz de cobrar por aporrear un rato el piano mucho más que lo que le pagan a mi sobrino, que se ha chupado nueve años de conservatorio, por amenizar los aperitivos en una celebración de boda. Ellos no quieren ser ricos, pero el mercado es un diablo que no te deja escapar cuando te atrapa en sus garras. ¿Donarlo todo y vivir con los monjes trapenses? Quita. Eso es de facha.

Sin embargo, no conviene despachar como puro atolondramiento estas performances demagógicas con las que nos deleita Bellerín de vez en cuando. Igual que Borja Iglesias, se trata de un tipo listo y bien aconsejado que ha llegado a la conclusión de que es más rentable decir ciertas cosas en ciertos foros que tratar de disputarle por derecho el puesto a Sabaly, que no es Cafú pero que a su lado... lo parece. Alcanzada la cima de su carrera futbolística, estos especímenes preparan desde ya su reconversión como ‘celebrities’ y han detectado un nicho de mercado en el que pueden hacer fortuna. El capitalismo es maravilloso: hasta renegar del sistema puede convertirse en un pingüe negocio.