Nada

Antonio Félix 27/03/2024

De Manuel Ruiz de Lopera no me queda mucho por decir. En realidad, nada. Así que seré breve. En estos momentos de duelo no puedo glosar sus virtudes, pues me fueron absolutamente ajenas, ni reverberar sobre su maldad, cobardía a eludir ante quien no está ya aquí para defenderse. Lo que ocurrió en el pasado allá quedó, y si a este puerto nos ha hecho llegar todo aquello, bien está que por bueno lo demos. Probablemente alguna lección nos dejaron esas lejanas aventuras, en una etapa tan trepidante, sórdida y feliz. Pero, a ciencia cierta, no sabría decir cuáles fueron. De alguna manera, sin duda, incidirían en el proceso que conduce a tomar las tres decisiones básicas que hay en la vida: dónde vivirla, con quién y en qué posición. Si erguido o a horcajadas. A cuántos acompaña aún hoy aquella elección.

Al fallecimiento de don Manuel le ha seguido mucho sainete, toneladas de clips recordando sus ocurrencias de un humor puro, burdo, surreal y magnífico. Las crónicas no han ido mucho más allá al analizar un legado que, en su momento, nos temimos trascendente y que, a la postre, ha sido sólo esto. Lo cual nos lleva a incidir en la, sin duda, principalísima cualidad para entender la asombrosa longevidad de la existencia humana, que es (paradójicamente) la fugacidad del hombre. También nos conduce a una reflexión que ha hecho fortuna: que el Betis es tan grande que lo resiste todo. Esto se dijo mucho con Lopera y conviene tenerlo presente ahora. Porque yo, por si acaso, no me confiaría demasiado. Eso es todo, aunque parezca nada.