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Revival ultra

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
07/10/2024

Los que somos ya talludos recordamos la era aquella setentera y ochentera en la que uno asociaba Gran Bretaña con los ‘troubles’ en Irlanda del Norte, el pulso de la Thatcher con las vigorosas Trade Union, la guerra de las Malvinas y, sobre todo, el problema social de los hooligans dentro y fuera del territorio comanche de los estadios. El hooliganismo típicamente británico, forjado en aquellos campos cerrados como cajas de zapatos, acabó exportándose al resto de Europa por parte de imitadores de ocasión. Era habitual ver enseñas de la Union Jack en las gradas más aguerridas de media Europa como guiño cómplice al fútbol en clave radical.

Hoy asistimos a cierto revival ultra con el apogeo que desde la pandemia están cobrando los grupos más radicales. No hay equipo ni siquiera menor que no abrigue a su propio caldero ultra. Los partidos de fútbol se están convirtiendo en crónicas de sucesos que se viralizan por redes sociales. Las fechorías de los ultras del Anderlecht en San Sebastián. El episodio en el Metropolitano por parte del Frente Atlético y de su portavoz oculto por un tétrico pasamontañas. Los incidentes en Gerona con los radicales del Feyenoord. El infierno pirotécnico provocado por ultras suizos en el partido de Conference entre el Círculo de Brujas y el St. Gallen. Los sucesos acaecidos en el último derbi danubiano disputado entre el Austria de Viena y el Rapid. Incluso las barrabasadas del Frente Bokerón del Málaga en su visita ‘turística’ por La Coruña (la radicalidad en los grupos ultras de equipos de Segunda ha aumentado exponencialmente).

De la última jornada europea conservo dos nítidas imágenes que muestran lo que el fútbol ultra tiene de paisanaje en los márgenes. En una de ellas, se ve cómo la grada de los Bad Blue Boys del Dinamo de Zagreb, ennegrecida por el oscuro atuendo de sus ultras, alcanza su vistosísimo punto de hervor con el golazo marcado por el fino Martin Buturina (al final el Mónaco acabó empatando el partido). El estadio Maksimir de Zagreb no puede desligarse del vínculo con los temibles BBB y aún remite al origen oficioso de la guerra de los Balcanes que desmembró la antigua Yugoslavia (aquella colosal batalla entre hinchas, jugadores y policías en el partido del Dinamo contra el Estrella Roja de Belgrado aquel no tan lejano 13 de mayo de 1990).

La otra imagen que retengo es la que me remite a otra encendida grada, pero esta vez poblada por ardorosos calvorotas, ataviados todos ellos con sus camisetas amarillas y rojas más propias del turf hípico. Eran los ultras polacos del debutante Jagiellonia Bialystok en la Conference. Su equipo consiguió ganar a domicilio al Copenhague, que resultó abucheado por los suyos ante la afrenta del advenedizo visitante. Sin la concurrencia del salvajismo ruso por las sanciones de la UEFA establecidas por la guerra de Ucrania, neerlandeses y polacos se han posicionado a codazos en la zona álgida de la violencia en el fútbol europeo.

En Sevilla aún recordamos alguna que otra estampa que muestra lo que el mundo ultra tiene de bandidaje y de azarosidad en plena calle. De ahí aquella trifulca de un grupo de biris con seguidores de la Juventus o los destrozos causados por radicales del Eintracht de Frankfurt en la Puerta de la Carne en la final de la Europa League de 2022 contra el Rangers. No obstante, pese al paso del tiempo, aún conservo nítida la imagen de los radicales del Zenit de San Petersburgo en su jaula del Pizjuán. Un par de agentes de la policía fueron vapuleados como guiñapos por parte de la cafrada rusa, hasta que el resto de efectivos pudo imponerse por número pero no por la violencia empleada. No olvidaré jamás aquella estampa ni los usos marciales de aquellos torsos desnudos y de blanquecinos destellos bajo los focos del estadio.

En ‘La tribu vertical’ Borja Bauzá, libro que reposa en mi mesilla de noche, ha desmenuzado la radiografía ultra en el fútbol español. Uno adquiere sapiencia y datos curiosos sobre lo que el fútbol tiene como sociología alterna al común de los mortales. Doy así alimento al pensamiento gris por vía lectora mientras, por otro lado, no dejo de pensar en la referida postal de los agitados calvorotas polacos del Jagiellonia. El Betis, al que tanto se le indigesta Europa, tendrá que cumplir sus deberes. Pero, ¿y si el destino lo cruza con el Jagiellonia en octavos? La jauría de los calvos polacos nos rendiría visita en Sevilla y no vendrían precisamente de hacerse un injerto en las clínicas periféricas de Estambul.



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