La voz en la memoria
José María Pinilla 18/11/2024 |
Permítanme arrancar este texto desempolvando recuerdos casi perdidos por el paso del tiempo. Corría el año 1983 y era Martes Santo. Ya se había transformado la tarde en noche cuando quien esto firma –11 años lo contemplaban– debe emprender el camino de vuelta a casa desde las sillas de la calle Sierpes. Aún no habían pasado las últimas cofradías, pero probablemente al día siguiente mi padre tendría que trabajar, por lo que era prudente recogerse a esa hora. Una vez en casa, en TVE comenzaba una retransmisión de Semana Santa y se hacía desde Sevilla. Preparé con esmero una cinta de VHS que guardaba para la ocasión y pulsé aquellos botones Play y Rec en el magnetoscopio para conservarlo. Veríamos la cofradía de Santa Cruz desde la salida de la catedral hasta la recogida en su templo, aunque el retraso acumulado quiso que también se incluyera antes la del Dulce Nombre. Aquel día no recuerdo haber aguantado la retransmisión entera, pero la grabación sí que la llegué a disfrutar muchas veces desde entonces y durante no pocos años. Hoy en día tenemos todo el material audiovisual que queramos sobre la Semana Santa, pero en esos tiempos era algo realmente inusual y valioso. Hasta algunos amigos del colegio vinieron a verlo a casa. Desde aquel día –y han pasado más de cuatro décadas– guardo un especial cariño a aquella emisión televisiva y a la cinta de VHS, que aún conservo con particular orgullo.
Abuso de la paciencia del amigo lector para llevarlo a otro momento algunos años más tarde. Estamos en la primavera de 1990 y aquel niño está en su primer curso universitario. Una fastidiosa enfermedad –la fiebre tifoidea según decía el médico– había hecho estragos en una vértebra, que quedó descalcificada y cuya recuperación conllevó tres meses de cama. Aquello supondría no solamente una Cuaresma, sino también una dolorosa Semana Santa postrado en un dormitorio sin más compañía que la radio. Y llegó el Domingo de Pasión con su liturgia del pregón. El primero que un servidor escuchó entero y del que aún resuenan algunos pasajes inolvidables que permanecen en el recuerdo alumbrados por la vela de la nostalgia.
Rescato estas vivencias porque hoy hemos llorado la desaparición de quien ponía la voz a aquella retransmisión y pregonó nuestros días más grandes desde el atril del Lope de Vega. Como sin duda sabrán, ha fallecido D. José Luis Garrido Bustamante a los noventa años de edad. Se marcha alguien que nos inculcó el cariño por nuestra ciudad, sus tradiciones y, por encima de todo, sus devociones. La calidez de su palabra –locutada con una maestría pocas veces alcanzada y escrita con la fluidez y la gracia de quien dominaba todos los registros de la lengua de Cervantes– queda entre nosotros. Y que nunca se vaya, pues es la fecunda huella de aquel diputado mayor de gobierno de la cofradía del Calvario que confesaba que se escapaba de su sitio para encontrarse con la Esperanza Macarena en la catedral. ¿Cabe una falta más admisible?
Descanse en paz, maestro. Seguro que ahora disfrutará desde el privilegiado mirador del balcón de la gloria de lo bien que se llevan los pasos andando sobre los pies.