Sobre la razón, el arte y la devoción
José María Pinilla 27/10/2024 |
La llamada cultura popular difunde una serie de citas o reflexiones de las que cualquiera tira cuando desea explicar su opinión sobre algún acontecimiento con el respaldo de un aforismo comúnmente aceptado. Convendremos en que todos recurrimos a esto con mayor o menor frecuencia, ya sea por la ausencia de mejores argumentos o porque creemos que garantiza la adhesión de nuestros interlocutores a la postura que esgrimimos. Tenemos los ejemplos que queramos a poco que pensemos cinco minutos, así que, con la complacencia del amigo lector, utilizaré una atribuida al filósofo –entre otras ocupaciones– francés Blaise Pascal, que reza que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”.
Permítanme usarla a mi modo y llevarla a un terreno que a veces es espinoso. Me refiero a algo tan antiguo como la conciliación de la subjetividad y la objetividad, pero considerado en este caso en el ámbito del valor devocional frente al artístico. Es decir, si la capacidad que una obra de arte religiosa tiene para hacer sentir, emocionarse o incluso trascender al espectador (subjetividad pura) debe ir en consonancia con su calidad como producción pictórica, escultórica o como fuere que sea (lo que puede medirse con ciertos criterios objetivos).
Como sin duda habrán deducido, este artículo nace tras el incendio fortuito que se produjo ayer sábado en el atrio de San Antonio Abad y que, parece ser, fue originado por las incontables velas de ofrenda que cada día se encienden ante la venerada imagen de San Judas Tadeo. No veo necesario referirles el enorme programa iconográfico sagrado que habita entre los muros de los dos templos que componen el conjunto, la Real Iglesia en sí, a la que se accede desde la calle Alfonso XII, y la paredaña Capilla del Santo Crucifijo, por cuya puerta sale y entra la Primitiva Cofradía. En el interior de ambas dependencias se reúnen verdaderas joyas de la imaginería, más allá incluso de los titulares de la corporación, como la Inmaculada del Alma Mía, el Cristo de la Buena Muerte o el conjunto de San José y el Niño Jesús. Sin embargo, el verdadero foco de veneración lo concita una imagen de escayola y aspecto seriado que apenas lleva cuatro décadas y que reposa en una hornacina a las puertas del recinto eclesiástico.
Como ya sabrán a estas alturas, la reproducción del patrón de las causas imposibles fue aportada por una devota, que, tras no pocas dificultades en otros templos, logró que se dispusiera en su actual ubicación hacia 1981. Incluso, en un afán por tener otra efigie de mejor calidad, en su momento la hermandad procedió a sustituirla, pero la presión de los fieles obligó a devolver a la primigenia a su lugar. Al igual que sucede en otros casos, como el San Pancracio del convento de Santa María de Jesús de la calle Águilas, la devoción parece dejar el valor artístico en segundo plano. ¿Incongruente? ¿O no? Recurriendo a otra manida frase, aunque en este caso extraída de una carta de San Pablo a los romanos, “los caminos de Dios son inescrutables”. Pues así será.