De falsificaciones y mentiras
Rafael Roblas Caride 23/07/2024 |
A modo de previa contextualización
Cedemos nuestra tribuna al profesor Rafael Roblas Caride, redactor del Boletín de las Cofradías de Sevilla y exsecretario y director del boletín de la hermandad del Silencio, en contestación a unas recientes afirmaciones del catedrático Andrés Luque en las que acusaba a dicha hermandad de atribuirse una antigüedad que no le corresponde mediante la falsificación de una nota en su libro de reglas que presuntamente habría descubierto el IAPH al restaurar dicho objeto. El tema, dado su indudable interés, lo trataremos en un próximo programa de El Cabildo en su nueva temporada para el que desde aquí invitamos al profesor Luque si considera participar igualmente.
La pasada semana se producía en una televisión local un lamentable hecho que nunca pensé que pudiera darse dentro de un programa que se supone que ama y defiende a las cofradías. En él, un histriónico Andrés Luque –al que un día admiré por su trabajo y rigor en el campo de la Historia del Arte–, llegó a acusar a la Hermandad del Silencio de “falsificar sus Reglas” (textual) para demostrar una antigüedad de la que carece. Afortunadamente para el señor Luque, a la Archicofradía le sobra señorío para descender al barro de unas palabras que la acusan de un delito. Sin embargo yo, que nada tengo que perder y que a nadie represento, quiero contestar al ilustre Catedrático tranquila y pausadamente, usando los datos de un archivo que conozco al dedillo, porque me molesta sobremanera la mentira interesada y la desinformación a la que los cofrades se están acostumbrando a causa de intervenciones tan desafortunadas como las del otro día.
En 1642 la Hermandad de Jesús Nazareno encarga la realización del libro de Reglas que ha venido procesionando hasta hace bien poco en la Madrugada. El volumen –que es una obra de arte en su género e incorpora dos valiosas pinturas que durante mucho tiempo se atribuyeron erróneamente a Pacheco– recoge literalmente el texto de las nuevas ordenanzas que en 1577 había compuesto Mateo Alemán y que aún estaban vigentes en el XVII. Lógicamente, Palacio pidió su supervisión y, por eso, el 3 de julio de 1643 Jerónimo Almonacid (¡ojo, Fiscal del Arzobispado!) presta verificación y certifica en el reverso de su última página que el espléndido libro iluminado se corresponde efectivamente con la versión de Alemán. No obstante, y dando curso legal a la actuación notarial, seis días más tarde, Cristóbal de Montilla (¡ojo también, Provisor y Vicario!) suscribe debajo dicha aprobación, en nombre del Cardenal Gaspar de Rojas, mandando luego que las citadas normas se sigan cumpliendo.
Pero la historia no acaba aquí, puesto que cuarenta y seis años después, concretamente en 1688, la corporación precisa alterar un aspecto concreto de esas mismas ordenanzas (reducir el mandato del Hermano Mayor de tres años a sólo uno), estando por ello obligada a presentar de nuevo la documentación en Palacio para que ésta fuera visada. Y es en ese momento cuando ¡todo un señor Notario de la Santa Iglesia Catedral! llamado Francisco Fernández Castaño confirma dicha reforma. De este modo, bajo las anteriores aprobaciones de Jerónimo Almonacid y Gaspar de Rojas, anota textualmente lo siguiente: "Fueron fechas estas reglas de acuerdo con los libros de capítulos del año de mil i tresientos i quarenta i ocho a mil i quinientos i setenta i siete i las reglas de mil i tresientos i cincuenta i seis i mil quatrocientos i veinte i seis i mil quinientos i sesenta i quatro. Doifee. – En testimonio de verdad – Fco. Fdez. Castaños. Signo y rúbrica.". Sin trampa ni cartón.
Hasta aquí la verdad de un texto que, por otra parte, tampoco demuestra nada que no hagan otros muchos que suman ya un todo. Aunque no, no voy a entrar en el cuerpo a cuerpo de tratar de fundamentar aquí la antigüedad de la Hermandad del Silencio, asunto en el que los profesores García Fernández y Martínez González actúan hoy en día como vanguardia al revelar muchísima documentación que ha superado las arcaicas tesis de Montoto y de Bermejo. Sí, en cambio, espero haber desmontado con información veraz un tremendo infundio.
Y bien que lo siento, don Andrés, pero tendrá usted que esforzarse un poco más en sus próximas investigaciones, porque ni la anotación corresponde a un hermano que la realizara a fines del XIX con espuria intención, ni el IAPH descubrió durante la última restauración que se trataba de "tinta industrial" reciente. Tal vez, si hubiera visitado el archivo y consultado las fuentes primigenias, también sabría –como yo– que la rúbrica se encuentra en ese lugar desde finales del siglo XVII y que se debe al Notario eclesiástico don Francisco Fernández Castaño, a cuyo tenor debía de encantarle la Hermandad todo sea dicho de paso. Le pese a quien le pese. Por cierto, que el IAPH estará también contento con usted…
CODA (…porque las codas van siempre al final, del mismo modo que los prólogos o dedicatorias se escriben al principio)
¡Qué lástima que el prestigio de todo un Catedrático de la Hispalense y Alcaide del Alcázar se ensucie en un momento de acaloramiento y desmesura! Ya lo dice el refrán: "Un señor siempre es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras". Por eso, esa noche, don Andrés, su gran mentira sobró.