Los ojos de la Esperanza
María José Caldero 15/12/2023 |
Pongamos que se llama Ana. Es barcelonesa, poco más de cincuenta años, rubia, pelo rizado, anorak negro y los ojos azules, líquidos, brillantes. Le acompaña Antonio, su marido. Adivino en ellos ciertas señales que delatan a quienes han pasado por momentos difíciles en la vida. Nunca habían estado en Sevilla hasta el otoño de este dos mil veintitrés. A sus ojos de estreno en la ciudad, ésta les parece bellísima, deslumbrante, arrebatadora. Pero, en esta ocasión, no es mi cometido explicarles cómo se cristianiza una torre almohade como la Giralda o perderme con ellos por la judería de San Bartolomé. Ellos han venido a Sevilla a cumplir una promesa que lleva a un punto de destino: Macarena. Tras venir paseando desde Omnium Sanctorum, hablarles de la fundación de la hermandad de la Macarena en el Colegio de San Basilio en 1595 y recorrer la calle Parras e intentar explicarles lo que allí ocurre cada mañana de Viernes Santo, llegamos a San Gil.
La emoción se adueña de Ana y se le quiebra la voz cuando llegamos frente a la basílica. Nunca ha visto a la Virgen más allá de las imágenes que emite su televisión a mil kilómetros de distancia, pero aún tendrá que esperar para verla. Primero los llevo al museo de la hermandad, les hablo de Rodríguez Ojeda, de Joselito el Gallo, de Juana Reina, de la pluma de Muñoz y Pabón, se maravillan ante los paños de bocina de Conchita Fernández del Toro, les impone la grandiosidad del paso del Señor de la Sentencia, les deslumbra el brillo de los bordados del manto de tisú y enmudecen ante el paso de la Virgen. "Aa, fíjate en el mensaje que tienen las bambalinas por dentro: Esperanza Nuestra y Estrella de la Mañana”. Ella asiente con la cabeza y se lleva las manos al pecho. Me cuenta que su marido enfermó de cáncer hace unos años, una de esas situaciones en las que la vida se manifiesta en su más absoluta vulnerabilidad. Ante la incertidumbre y el miedo que atenazan cuando el peligro se cierne sobre las personas amadas, Ana le rezó a una Virgen a la que nunca había mirado en las distancias cortas. “Le prometí a la Macarena que si mi marido se curaba, vendría a verla”. Su marido, de pocas palabras y siempre un paso detrás nuestro, me cuenta de aquellos rezos y promesas y entiendo que ha llegado la hora.
Entramos en la basílica. Ana y su marido me adelantan y se paran en el pasillo central. Escucho sus sollozos convertidos en un llanto inabarcable. Me siento en el último banco y les veo caminar juntos hacia el presbiterio. La Virgen resplandece en su camarín y como un imán de fuerza irresistible, todas las miradas se centran en Ella. Cada uno de los que estamos allí tenemos nuestras cosas con la Virgen.
Ana, el brazo de su marido por el hombro, se seca las lágrimas y vuelven a mi encuentro. Pasamos ante la Virgen del Rosario y Ana reza ante el Señor de la Sentencia.
Me toca despedirme de ellos. Antonio me da la mano y aprieta la mía con afecto. Ana me mira, me abraza y al mirarla, descubro en sus ojos una luz distinta, la luz de quien ha mirado a los ojos a la Esperanza.
De Barcelona, de Guayaquil, de Venezuela, de la República Dominicana, de Segovia, de Alicante, he escuchado historias personales que encogen el alma, estampas de la Virgen que viajaron a un hospital de Gijón, personas no creyentes que me confesaron sobrecogerse ante Ella, familias con cruces de dolor y sacrificio que vinieron buscando la esperanza en unos ojos insondables.
El calendario marca que han llegado los días de la Esperanza, los minutos de espera se alargan para entrar en la basílica, fotos, muchas fotos, todas las fotos almacenadas en tarjetas de memoria y repartidas en cuatro días señalados en rojo.
Pero todo pasará. El montaje del altar, las flores, las colas interminables, los reportajes fotográficos, pero sus días no pasarán porque la Esperanza no tiene horarios, la Esperanza vive en su camarín y vive en las estampas de las carteras, vive en su barrio y vive mucho más allá del Arco, pero sobre todo, vive dentro de aquellos que alguna vez han mirado a los ojos de la Virgen.